viernes, 21 de septiembre de 2012

El Tren



Llegué cuando el tren ya arrancaba; mi tío me vió y se rió carcajadas y yo también me reía mientras intentaba colgarme del pasamanos.

Anselmo se llamaba, había comprado el tren 12 años antes y desde entonces lo utilizó para llevar a familiares, amigos y cualquiera que quisiera ir de la ciudad a Puerto del Aire. Salía  todas las mañanas, a las ocho en punto, de lunes a sábado. Regresaba a la ciudad a las ocho de la noche de lunes a viernes, porque el sábado en la noche ya estaba tan enfiestado que apenas podía ponerse en pie, por lo que cualquiera de sus amigos o de nuestros familiares que supiera mover palancas se llevaba el tren de regreso a la ciudad y lo dejaba donde no estorbara, en el parque de trenes, para que mi tío pudiera continuar su labor voluntaria de nuevo el siguiente lunes.

Él nunca cobraba pasaje, pero no se negaba a aceptar cuando alguien se lo pagaba, o cuando alguno de sus amigos o de la familia le prestaba para el diesel cuando se le notaba que andaba escaso de dinero.

Todos sabíamos que haber comprado el tren, e iniciado sus travesías, le permitió salir de la crisis que le provocó el abandono de Mariela, su novia de 5 años. Durante 2 años anduvo a tumbos bebiendo de día y vomitando de noche por las calles de Puerto del Aire y de Corte Segundo o donde lo alcanzara la saciedad; por eso cuentan que cuando llegó a Puerto del Aire a las 9:30 de la mañana de un lunes de agosto conduciendo un tren y diciendo que era suyo, todos los que le querían respiraron tranquilos suponiendo que estaba superando su mal de amores.

Jamás volvió a tener novia formal, todas con las que se relacionó fugazmente desde entonces eran mujeres enamoradas de sus carcajadas tristes, sus bigotes engomados y su porte de galán de cine mudo.

Mis padres me hicieron conocer el tren desde muy niño, nos llevaban a mis hermanos y a mi cada 15 días a Puerto a visitar a la familia los fines de semana. Lo único que no nos gustaba, a los más chicos, era regresar el domingo por la tarde en autobús ya que se nos hacía aburrido y microscópico a comparación de lo que nos parecía el trasatlántico del sábado por la mañana. Además tío Anselmo nos regalaba siempre con sus gracias, sus payasadas y sus paletas de cajeta.

La primera vez que me fui solo a Puerto del aire tío Anselmo me dejo conducir el tren y me llevó a la casa de mi abuela, su mamá, después de acomodar el tren en el pequeño parque de trenes de Puerto del Aire. Me quedé hasta el martes por la noche, porque había puente escolar, así que de regreso de nuevo pude jalar la cuerda del sonido en los cruces y acelerar un poco más de lo normal en las rectas.

A partir de entonces, cada vez más frecuentemente me iba a Puerto del Aire solo y siempre fui recibido por mi tío en el tren de la misma manera que desde mis primeros recuerdos y que nunca olvidare: con los brazos abiertos, una sonrisa de oreja a oreja y después, ya conduciendo yo, las carcajadas más contagiosas del mundo.

Logré al cariño de Jazmín, mi primer novia, cuando la invité, junto a otros compañeros de segundo de secu, a visitar Puerto del Aire en el tren. Mi tío se portó a la altura: nos recibió amable, nos cedió en exclusiva el último vagón y nos invitó muy formalmente a conocer "el cuarto de maquinas", o sea la locomotora. Todos estaban muy contentos y emocionados ya que nunca habían viajado en tren, y la visita a Puerto también fue un éxito ya que mi abuela nos recibió con enorme entusiasmo a pesar del enorme trabajo que supuso atender a 10 adolescentes alborotados, "a dormir muchachos" nos decía a las 11 pm lo que provocaba nuestro mas dolido sonido de desaliento, "un ratito más señito" decían las muchachas en tono suplicante; nos dejaba una hora más y luego de eso se volvía implacable.

En el regreso mi tío nos obsequió pastel y sidra helada lo cual terminó por conquistarlos, los chavos lo abrazaron y las chicas soltaron un par de lágrimas en la despedida, él les sonrió y puso en marcha el tren hacía el parque y luego nos dijo adiós con la mano mientras se sujetaba del pasamanos con el otro brazo, así como final de película.

Dedicado a Juan Berlanga

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